jueves, 11 de agosto de 2016

La orilla de aquí

Si un día te acercas por tierras gaditanas, en la carretera que une Algeciras con Tarifa podrás disfrutar de un enclave privilegiado. Responde al nombre de “Mirador del Estrecho”. Dudo que la fotografía tenga capacidad suficiente para describir la sobrecogedora panorámica que se ofrece a quien se separa solo unos metros de la carretera. En cualquier caso, si logra emocionarte es que estás muy cerca de lo que hemos vivido esta tarde.
               Tras la comida de ayer nos dirigimos a la Fundación Pueblos Unidos, de la Compañía de Jesús, y tuvimos el privilegio de compartir un par de horas con el que es su director y, simultáneamente el capellán del CIE de Aluche. Por la densidad de lo vivido le haremos hueco en otro post: corren más las experiencias que la capacidad de ser narradas.
               Hubieran sido más horas pero nos esperaba un autobús que nos llevó en un largo y no muy cómodo viaje hasta La Línea de la Concepción. La incomodidad era parte de la previsión para compartir, aunque mínimamente, las circunstancias de quienes llegan a nosotros.
Nos recibió, a las 5.00 am, la imponente imagen del Peñón de Gibraltar. Primero para susto y asombro de alguna quien divisaba unas luces sin referencia alguna de a qué pudieran corresponder por su altura. Unos pasos más atrás, el perfil del peñasco nos hizo entender que no eran sino las antenas de comunicación que coronan su cima.
A la 5.00 de la mañana hay muy poco que hacer en casi todos los lugares pero al menos en la Línea hay playa que se convirtió en lugar de improvisada cabezada. Imagino, que hicimos como muchos otros de los migrantes.
               La playa se tornó en un privilegiado juego de luces y colores con el espectáculo del amanecer en el mar. El último rato nos sirvió para poder orar a Dios con las laudes, antes de que el sol se nos ofreciera definitivamente. Desayuno y acogida en el proyecto Contigo, de la familia vicenciana, del que os hablaré en próximas ocasiones.
               Ahora todo lo eclipsa la imagen del estrecho. Si frecuentas las rías gallegas, conocerás media docena de ellas que ofrecen más distancia entre sus márgenes. Incluso vienen a mi memoria algún que otro pantano que podría ofrecer una imagen análoga.
               La panorámica es verdaderamente bella, pero se hace especialmente hermosa por el significado simbólico que encierra.
               14 kms marcan la distancia entre la Europa de las oportunidades y el África de las dificultades. 14 kms separan las primeras economías del mundo de muchas de las que ocupan los últimos lugares. 14 kms quieren ser distancia suficiente para frenar los sueños de muchos: es verdaderamente imposible.
Desde el mirador la distancia se hace grotesca. Desde aquí África no se ve, se palpa. Hacia la izquierda pueden incluso contarse los edificios de Ceuta. Justo en línea recta se intuyen los barrios de Tanger. Entre ambos se pueden contar las viviendas en una de las laderas. A nuestra derecha una inmensa duna, la playa de Tarifa, que convendréis conmigo que mejor merece ser llamada la playa a la que arribaron René y Víctor.
               Desde el mirador impone la cercanía. África no es allí. Es indudablemente aquí. Su proximidad suscita una terrible paradoja en la que reside la verdadera belleza de esta imagen.
Las emociones hacen sentir que la otra orilla está aquí, al alcance, incluso sugiriendo tentativamente que se trate de algo sencillo se cruzar. En la reflexión de la noche todos reconocimos que pasó por nuestra mente una idea engañosa: no parece tan difícil de salvar.
               Sin embargo, la razón invita a sospechar que deben ser muchas las dificultades que no son posibles evaluar desde nuestra posición privilegiada. El mar parece en exceso tranquilo desde este punto. No estamos contando con la fuerza del viento y de las corrientes. Todos los amigos que hemos conocido nos han hablado del mar como algo peligroso…
               Contemplando el estrecho he recordado las discusiones con mis alumnos de moral: qué es la libertad sino la terrible paradoja y la dramática ocasión de evaluar los sueños a cumplir y los que son engaños para el protagonista.
               La imagen del estrecho pone palabra a mi biografía: un conjunto de momentos en los que hubo que evaluar el riesgo: La ocasión no está allí, está aquí. ¿Cómo dejarla pasar? ¿no es la mediocridad sino la constatación del envejecimiento de los sueños? ¿puede vivir una persona, una sociedad sin asumir riesgos?
               ¿Y si no los estamos evaluando bien? ¿y si la cercanía son los acordes de los cantos de sirena de las realidades que no queremos asumir?
               Desde el mirador se entiende que un africano cruce el estrecho. Incluso podría decirse que no hacerlo sería la peor de las cobardías si uno tiene familia a su cargo. Al otro lado, no allí, sino aquí, están las ocasiones de futuro para el estudio de unos hijos, para una casa más grande o un coche nuevo. O, aún peor, la ocasión de operar a la abuela, el tratamiento para salvar la vida de un amigo cercano. ¿Pero cómo no cruzar?
               Y, sin embargo, desde la distancia cómoda de un mirador, la experiencia asegura que no estamos evaluando convenientemente las dificultades. Hacerlo es la distancia entre la descarada juventud y la madurez.
               El equilibrio es inestable. Contemplando el mirador doy gracias a Dios por las ocasiones en las que evalué como posible salvar 14 kms de mares laborales, familiares o existenciales: constituyen el patrimonio de mis éxitos. Contemplando el mirador se clavan como espinas los recuerdos de las ocasiones en las que la valentía fue temeridad y la evaluación fue insuficiente con la carga de dolores sufridos y, aún peor, los provocados. Pero no dejo de dar gracias a Dios por ellos pues son parte de mis tesoros transformados en aprendizaje y sabiduría. Contemplando el mirador doy gracias por las ocasiones en las que la prudencia fue la herramienta privilegiada para asumir una incapacidad o un logro inviable. Así, no solo se evitó una catástrofe absurda, sino que fue posible sentir en la limitación a Dios.
               Pero contemplando el mirador, la peor denuncia es la de los mares que, en el fondo, quedaron sin ser evaluados porque el peor de los pecados, la cobardía, impidió contrastar si la evaluación realizada era o no realmente contrastada.
               Contemplo la otra orilla que no siento allí sino aquí. Me pregunto cómo se contemplará esta orilla desde la suya, cuando además sus ojos están cargados de sufrimiento y de ganas de vivir.

               Desde el Mirador del Estrecho puedo anticiparos un anuncio. No van a dejar de venir. Yo, también lo haría.

1 comentario:

  1. Gracias, Josema. Tus reflexiones me hacen tambien a mi reflexionar y tienen su aplicacion en mi caso, a mi situacion personal.
    De nuevo, gracias por mostrarnos caminos que no son evidentes

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