martes, 16 de agosto de 2016

El Encinar de La Línea de la Concepción.

El capítulo 18 del libro del Génesis recoge un trascendental pasaje al que casi nunca se le ofrece la relevancia necesaria.
Abraham y Sara ya han recibido la promesa de una gran descendencia, pero aún no se ha ejecutado. El autor del relato presupone que queda una "última prueba". Esta llega sin previo aviso. Abraham descansa en la puerta de la tienda. El autor señala que a la hora de mayor calor para reforzar la situación de dificultad de tres exóticos personajes que se dirigen por un camino que, por el contexto del relato, debería acabar conduciendo hacia Sodoma: el icono de todos los valores contrarios al judío.
En la tensión entre el significado de Sodoma y el del calor, el corazón de Abraham se inclina hacia el segundo y ofrece una cálida acogida a los tres caminantes. El texto quiere, así, generar un interrogante por las motivaciones de Abraham. Su condición como peregrino, sabedor de las inclemencias del camino y sus exigencias genera un lenguaje común por encima de identificaciones étnicas o nacionales.
La acogida se torna fiesta. Abraham sacrifica un ternero cebado y prepara la mesa. En el transcurso de la cena los tres viandantes se convierten en mensajeros de Dios: Isaac nacerá, la acogida era la última exigencia para que la bendición de Dios se desatara definitivamente. Así, en Mambré, el encinar es el espacio en el que la voluntad de Dios puede cumplirse con la colaboración humana unidas en el proyecto más bonito que puede ser vivido.
Desde entonces han crecido muchos encinares, no solo ya en Mambré. No tantos como los que son necesarios pero aseguran que la voluntad de Dios puede cumplirse por la disposición del espíritu y de las actitudes de quienes los regentan.
Cada parroquia debería ser un encinar, pero hay aún algunos eriales y no en todas hay suficiente sombra, pero en ello estamos. Y en movimientos, casas, comunidades religiosas, van brotando las encinas donde cobijarse y disfrutar.
En nuestra peregrinación hemos recorrido muchos encinares. En La Línea de la Concepción, uno especialmente sobrecogedor. JMV es una asociación laical juvenil que procura la formación de sus socios en el carisma de Vicente de Paúl y Luisa de Marillac, que busca encontrar a Dios en la experiencia de la lucha contra la pobreza.
Y lo cumplen. Allí pudimos conocer la escuela de verano en la que acogen a más de 80 niños del barrio de la Atunara que ya es menos deprimido, en parte, por su gran esfuerzo en estos últimos quince años.
Por la tarde pudimos conocer el proyecto "Cerca del Hogar" que hace del encinar un hogar para los menores que cruzan el estrecho en patera. Allí pudimos conocer los doce intentos de Mohammed y las historias de Nordin y Mohammed que requieren su espacio propio.
El proyecto y el trabajo realizado es deslumbrante pero es más comprensible pasando un día con ellos que con la mera visita.
Nos recibe Virginia, que años atrás fue parte de esta comunidad y que estos días estaba de paso. Como la casa es común, se siente autorizada para conducirnos hacia donde nuestro alojamiento. Bastaron unas llamadas de teléfono para encontrar su aprobación en las fechas previas a la actividad y, en nuestra preocupación por molestar lo menos posible creamos los únicos y enternecedores desajustes: el primero, encontrarnos unas salas con unas cómodas literas cuando habíamos pedido una sala para sacos y esterillas. Despertaron un espontáneo grito de júbilo en los peregrinos quienes, tras una noche en autobús, estaban mejor capacitados para valorar el lujo de un colchón.
El segundo, tener que desayunar por segunda vez. Nosotros veníamos con un café y magdalena en el primer bar abierto. Ellos lo tenían preparado como exigencia de su vocación hospitalaria.
La cercanía, el cariño, los gestos de naturalidad, la implicación de todos los participantes en el proyecto, su interés y preocupación se convierten en denuncia. En un encinar hay muchas cosas que hacer y que son necesarias. Y es posible que, con la mejor intención, el encinar deje de serlo por querer conservarlo y dejar pasar a los viandantes cercanos.
Nuestros chicos se suman a la zumba de los acampados y a los talleres de trabajo organizados. Luego nos marchamos a Tarifa.
A nuestro regreso se percibe animación y mucho ruido de cacharros en la cocina. Me extraña dado que los acampados marchan tras la comida y, entonces, de nuevo la idea del encinar me hace alcanzar una intuición.
Queda corroborada al ver que Fatiha, una de las cocineras, dirige las maniobras que conduzcan hacia un típico cous cous marroquí. Me produce hasta cierto sonrojo. Están preparando una cena especial, porque sí, porque hemos venido a visitarlos, por poder estar juntos, en un exceso de generosidad que no puede dar con otro sentido sino el de ofrecer la misma acogida que Dios querría. Se han acercado muchos de los migrantes que vivieron aquí su primera etapa de acogida y que años después siguen sintiéndola como su hogar, acreditando la legitimidad del nombre del proyecto.
Compartimos un diálogo de experiencias, compartimos la mesa y compartimos alegría y amistades recién estrenadas.
Por la mañana, como ya me esperaba, rechazaron cualquier tipo de compensación económica, ni siquiera bajo razón de bienes compartidos: sería devaluar el significado de un encinar.
Aún el día siguiente, camino de Melilla, llamadas para interesarse por la marcha de todo.
Nos vamos impresionados por la transformación social que un centro puede llegar a provocar en una barriada con proyectos certeros, tiernos y exigentes. Nos vamos sobrecogidos por conocer la casa de tantos emigrantes que han logrado encontrar el impulso y el calor que necesitaban para encontrar su trabajo, emprender su negocio y saber que allí siempre serán llamados por su nombre. Nos vamos conscientes de que hemos contemplado a Dios en este encinar y sus habitantes.
Nos llevamos el reto y la obligación espiritual de hacer crecer nuestro encinar en Tres Cantos.


domingo, 14 de agosto de 2016

La valla

El jueves 11 de agosto amanecimos en Melilla para completar nuestra panorámica sobre estas periferias. En un escenario que se antoja exótico para el recién llegado de la península por el mestizaje y el colorido de las cuatro culturas presentes en la ciudad.
               Mañana para visitar el CETI (Centro de Estancia Temporal para Inmigrantes) y tarde para un peculiar “retiro-paseo” por la valla que hace las veces de frontera entre España y Marruecos: no nos equivocamos en la elección.
               Hay cuatro pasos fronterizos entre Melilla y Marruecos. El de Beni-Enzar es uno de los más transitados de toda África y es un enjambre de coches, bicicletas, peatones y situaciones variopintas. El llamado del “barrio chino” ofrece un terrible espectáculo los días en que las porteadoras vienen desde Marruecos arrastrando sus fardos con los productos con los que ganan su vida en la compra-venta, con cargas que podrían ser excesivas hasta para un mulo. El más al norte, el de Mariouari, permanece cerrado durante el verano y es accesible solo durante el curso escolar para facilitar el tránsito de niños marroquíes escolarizados en Melilla. Más o menos a la mitad de la valla, el de Farjana, permite el tránsito hacia la población del mismo nombre que es aneja a Melilla. Lo escogimos como inicio para nuestro retiro-meditación.
               Para acceder a él es necesario alcanzar el CETI, por lo que en el viaje de la tarde nos resultó casi conocido. Frente a la puerta de acceso al CETI se abre un grotesco y doloroso espacio: un campo del golf. Los jugadores han de ser certeros dado que un mal pat daría con las bolas en Marruecos. La valla sirve de fondo para un tupido césped verde que contrasta con el gris y la suciedad de la población marroquí, al otro lado de la valla, cuyas calles son de arena. La calle se va aproximando hacia el paso fronterizo al mismo ritmo que incrementan los descampados, no exentos de basura, mientras se flanquean los linderos del campito de golf. El contraste dio lugar a una famosísima fotografía de José Palazón, activista y fotógrafo, quien logró la terrible instantánea de los jóvenes subsaharianos subidos en lo alto de la verja, como suerte de improvisado público para los golfistas. No pudieron acompañar su destreza con aplausos dado que habrían caído de su refugio.
               El tránsito por esta calle me genera repulsa. Y una sensación creciente de frustración y rabia por lo grosero del contraste como icono de las profundas desigualdades entre sociedades tan cercanas.
               En la puerta del paso de Farjana, se acumulan los vendedores ambulantes de fruta y otros productos. En este punto, seguir hacia el sur es aproximarse a las instalaciones del aeropuerto. Nosotros los hacemos al Norte, hacia el mar, por el arcén de una carretera que recorre en paralelo la valla hasta su fin.
               Los primeros metros imponen un silencio súbito entre los peregrinos sin necesidad de acuerdo previo: basta la fuerza de lo que observamos. Técnicamente, cuatro verjas. Una primera de unos 2 metros de alto presidida por las famosas concertinas que no son sino una hilera de cuchillas imponentes. La segunda, la más alta, unos cuatro metros, con las barras inclinadas hacia suelo marroquí para dificultar su acceso. La tercera, algo más esbelta genera angustia por el cúmulo de barreras mientras uno no puede evitar empezar a diseñar una teórica estrategia acerca de cómo podría ser salvada semejante muralla. Una cuarta, completa el conjunto con los fosos intermedios. Cada ciertos metros, unas puertas permiten el acceso a las zonas interiores, se entiende que para rescatar a los heridos, aunque es posible que también en ocasiones para practicar las “devoluciones en caliente”.
               Me dicen que la visita a Auswitch impone un silencio profundo que da acceso a una profunda emoción en la que uno parece poder empatizar con el sufrimiento allí vivido. Creo que me impresionará menos cuando tenga ocasión de conocer aquello. Nuestros jóvenes marchan de forma desordenada seguramente por la participación en este sobrecogimiento. Aquél se echa las manos a la cabeza mientras camina despacio. Otro mira hacia atrás tratando de hacerse cargo de los cientos de metros geométricos con el horror de estas vallas. Otro se ha detenido con la mirada perdida.
               Se ha puesto cuidado en la limpieza de las vallas eliminando los restos de pasados asaltos. Pero la extensión de tan grande que es posible reconocer alguna prenda y sus girones y alguna zapatilla perdida. El resto, plásticos que el viento ha ido arrojando contra esta red.
               Si uno cierra los ojos, el lugar es tan elocuente que parece posible imaginar los gritos y el nerviosismo en estas vallas. La angustia desesperada de los emigrantes, dispuestos a pagar el precio que sea necesario; y la tensión de los guardias civiles encargados del rechazo de la avalancha: no quisiera que esta tarea le tocara a ninguno de los muchos amigos que tengo en el cuerpo; me consta que la tensión entre el deber que ha de ser cumplido y la compasión por las circunstancias de los emigrantes puede llegar a ser insufrible. El sábado, en Nador, nos presentaron a un chico con doble fractura en la pierna, fruto de los golpes de las porras, que fue devuelto por una de estas puertas al grito de “ya te curarán en Marruecos”. Esta es la realidad contemplada en este viaje y ojalá Dios conceda el consuelo a quien fruto de la situación puede llegar a perder los más humano de un corazón con estas expresiones. Me niego a pensar que es el sentir de la mayoría de los guardias civiles.
               Una pareja de ellos se acerca, catorce personas por esa carretera no debe ser en exceso habitual. Nos preguntan sorprendidos y no acaban de entender un viaje desde Madrid para conocer este sitio. Dos kilómetros más arriba, nos los volvemos a encontrar. Con exquisita cortesía nos indican la forma más rápida de volver a casa. Quizá ya con tiempo de valorar lo un viaje así expresa de renuncia para un grupo de jóvenes frente a ofertas como la playa o un crucero.
               El paseo por la valla se hace en estado de indignación. Entiendo las fronteras. Creo en ellas. Valoro su utilidad y no partir de estos modelos de gestión política es navegar en las irresponsabilidades. Pero este es uno de los pocos lugares que recuerdo en los que he sentido vergüenza de mi país. No reconozco en él nuestros valores, nuestra hospitalidad, nuestro carácter acogedor y festivo. No puedo evitar el rechazo y la queja por no encontrar alternativas igualmente eficaces y más honrosas a la gestión de esta frontera.
Y el campo de golf, me resulta, sencillamente insultante, un icono bochornoso, una provocación indecente. Seguro que era la ubicación más apropiada pero, con todos los respetos, hay espacios que no pueden ser prostituidos por la carga de dignidad que encierran dado el sufrimiento almacenado. Lo prohibiría inmediatamente como lo haría con la construcción de un casino para amenizar las visitas a los campos de concentración polacos.
               Un divertimento artificioso, en el norte de África, que expresa el culpable olvido con los países en vías de desarrollo. Aquí, para colmo, los participantes tienen que contemplarlos si quieren seguir el rastro de sus bolas.
               Nuestros jóvenes hace minutos que no articulan palabra. Solo contemplan con horrible admiración e inmenso respeto el espectáculo de la valla.
               Desde la cima de la primera loma, hacia el Norte la mirada recuerda a la Gran Muralla china por la longitud que se pierde en el horizonte. Hacia el Sur, la valla completa el macabro bodegón con el campito de golf.

Al girarme en esa dirección, me alcanza el último de los jóvenes que cierra la fila. Viene llorando, sin pronunciar palabra, buscando en el retraso un espacio de intimidad: ha comprendido dónde estamos.

viernes, 12 de agosto de 2016

9x5

Desde la popa del Ferry se toma conciencia de la inmensidad y de la pequeñez. Llevamos más de 5 horas sin divisar otra cosa que horizontes con una panorámica que escapa de la monotonía por la inmensa gama de tonalidades del mar y por el maravilloso juego de luces entre el sol y las nubes.
A nuestro paso vamos generando un rastro que parece por momentos una inmensa alfombra de colores turquesas verdaderamente evocadora.
Un regalo de viaje que estamos disfrutando como niños que se estrenan ante lo desconocido: la rampa de embarque, el garaje para los vehículos, la elegancia de los salones, la cantidad de espacios y diversiones posibles, una piscina y un solárium para amenizar las horas si por un rato uno necesita recuperarse de la borrachera de belleza en cubierta. Una verdadera experiencia de disfrute.
En las conversaciones espontáneas, coincidimos en dos paradojas: tratando acercarnos a la experiencia de los migrantes, lejos de ir en patera hemos acabado en un crucero de verdadero lujo. Pero, a la luz de las palabras de nuestros amigos migrantes, es imposible que el mar no despierte la imaginación tratando de intuir la experiencia en una patera. 5 horas a velocidad de crucero sin ver nada, horizontes, mar, agua y nada… 6 horas para cruzar un mar que, efectivamente, no era tan benévolo como ayer podríamos querer percibir.
Hay otra diferencia entre nuestro pasaje y el de un migrante en la patera. El nuestro ha costado 35 euros. El puesto de una patera no vale menos de 50 euros. Si uno quiere salirse de la gama de lanchas de goma no será por menos de 100. Si aspira a algo más cercano a lo que, en condiciones normales llamaríamos barquita, nos vamos a los 600. Con todo, las barcas que este Ferry porta, para un eventual salvamento, reúnen mejores condiciones que el catálogo descrito.
85,60 mm x 53,98mm 9x5 cms. Son las dimensiones de una tarjeta con poderes mágicos. La tenemos guardada en la cartera durante la mayor parte del año sin hacer uso de ella. Por supuesto, sin reparar en la suerte de contar con ella.
Lo hacemos llamar DNI y es el único requisito para poder subir a este lujo de barco. Nos la han pedido para embarcar y solo con mostrarla se han abierto todas estas posibilidades a 35 euros. No nos han preguntado si hemos ido a votar o no, como mínimo ejercicio de responsabilidad con el país al que pertenecemos. No nos han preguntado si evadimos impuestos o cumplimos con las obligaciones fiscales. No nos han preguntado si hacemos voluntariado o participamos en actividades para el bien social, o simplemente adoptamos una posición de ciudadanía pasiva y parasitaria. No nos han preguntado qué estaríamos dispuestos a hacer por nuestra familia y si seríamos capaces de arriesgar lo que fuera por cruzar los mares que conducen a mejores oportunidades. No nos han preguntado si vivimos preocupados por las urgencias y dolores de otros o si simplemente estamos condenados en nuestro propio egoísmo.

Simplemente somos portadores de la tarjeta mágica de 9x5. Y esa suerte, que no hemos escogido, marca la distancia entre la tumbona en el solárium del Ferry, y el remo en la barca hinchable que es el grotesco ataúd para tantas personas.




jueves, 11 de agosto de 2016

El significado del 12

Se suceden las experiencias y emociones. Tras la contemplación del Mirador descenso, hasta Tarifa para orar por los muertos en las pateras y regreso a La Línea. Allí nos esperaban los amigos del centro Contigo para regalarnos hospitalidad con una fiesta marroquí.
               La mañana ha sido de viajes hasta Málaga para embarcar en el Ferry que nos trae hasta Melilla, pero esto será para otros pensamientos en alto.
               Ya os he contado, en varias homilías, el significado del 12 para entender algunos de los pasajes bíblicos. Habla de universalidad, de totalidad, de plenitud… Pero ayer adquirió un nuevo matiz que incorporaré, creo en próximas explicaciones.
               Mis alumnos sabrán de Mohammed, a quien conocimos ayer y que fue el teólogo que me ayudó a descubrir este matiz verdaderamente relevante.
               Es ahora un pastelero satisfecho de sus logros y su itinerario y que siente el proyecto Contigo como su casa. La frecuenta para saludar y compartir con la familia que la vida le trajo y para celebrar con ellos momentos significativos. Ayer, para participar en la fiesta con la que nos obsequiaron y regalarnos su testimonio.
               Es subsahariano y partió de casa con 16 años. Con diecisiete ya cumplidos logró cruzar en patera. Al ser menor lo derivaron a este centro en el que aprendió un fluido castellano, donde descubrió un país con el que dice sentirse identificado y satisfecho y ha hecho de la sonrisa, la alegría y el desparpajo, su tarjeta de presentación.
               Supera cierta timidez y la presencia de casi treinta contertulios con recursos impostados reclamando preguntas que contestar lo que adorna el testimonio de cierta gracia generando una inmensa ternura.
               Su sencillez se hace envolvente y el oyente tiende a participar de la tranquilidad del discurso que invita a relativizar la experiencia vivida si uno no es capaz de leer entre líneas. Hasta que, de forma involuntaria, se desliza un simple dato que genera un inmenso silencio en quienes lo acompañábamos, hasta el punto de que el sobrecogimiento se hace audible: era la decimosegunda vez que lo intentaba.
               Tengo que reconoceros que no tengo, menos de 24 horas después, capacidad de abarcar la profundidad del dato. He tratado, esta mañana, en un par de ocasiones, acercarme a los detalles de esos tránsitos haciendo uso de la imaginación. Él continuó su relato sin detenerse en los detalles de los 12 intentos. Solo que cada uno de ellos fue interceptado por la policía costera, quien los devolvía sistemáticamente. Pero sin explicar cómo resolvió detalles que sí conozco por otros relatos: cómo se obtiene el dinero para comprar 12 veces el pasaje de una patera; cómo se supera, hasta en 12 ocasiones, el pánico a un mar oscuro y peligroso; cómo se vence, hasta en 11 ocasiones, la frustración por un sueño roto…
               En el viaje en coche de esta mañana Alex meditaba en alto “Yo no sé si he intentado hacer algo hasta doce veces”. Su reflexión ha generado una intuición: incapaz con la imaginación, he empleado la memoria tratando de rebuscar algo que haya intentado hasta por 12 veces y, entonces, se ha abierto la inmensidad del significado de este número.
               Es posible que la inexistencia de recuerdos explique mejor el valor del 12 y se ofrezcan respuestas para alguna de mis preguntas. Quizá hay logros no alcanzados porque me detuve en el tercer o cuarto intento. Quizá mis logros no sean tanto porque no necesitaron de más de 3 ó 4. Quizá me haya contagiado de la dinámica utilitarista que hace abandonar lo inútil o lo que no parece alcanzable. Quizá llame sueños a lo que soy capaz de lograr y no a lo que podría hacerme crecer. Quizá las cosas de Dios estén veladas tras no menos intentos de 12. Quizá por eso nos habla del 70 veces 7.

Me quedo con ganas de probar sus pasteles, pero me llevo la dulzura de su testimonio y un canto imborrable a la esperanza: cruzar el mar, alcanzar el sueño, estaba detrás de los doce intentos. 
En la pared del centro Contigo una frase que expresa la espiritualidad de Vicente de Paúl.A mi regreso tengo que reemprender alguno de los sueños abandonados.



La orilla de aquí

Si un día te acercas por tierras gaditanas, en la carretera que une Algeciras con Tarifa podrás disfrutar de un enclave privilegiado. Responde al nombre de “Mirador del Estrecho”. Dudo que la fotografía tenga capacidad suficiente para describir la sobrecogedora panorámica que se ofrece a quien se separa solo unos metros de la carretera. En cualquier caso, si logra emocionarte es que estás muy cerca de lo que hemos vivido esta tarde.
               Tras la comida de ayer nos dirigimos a la Fundación Pueblos Unidos, de la Compañía de Jesús, y tuvimos el privilegio de compartir un par de horas con el que es su director y, simultáneamente el capellán del CIE de Aluche. Por la densidad de lo vivido le haremos hueco en otro post: corren más las experiencias que la capacidad de ser narradas.
               Hubieran sido más horas pero nos esperaba un autobús que nos llevó en un largo y no muy cómodo viaje hasta La Línea de la Concepción. La incomodidad era parte de la previsión para compartir, aunque mínimamente, las circunstancias de quienes llegan a nosotros.
Nos recibió, a las 5.00 am, la imponente imagen del Peñón de Gibraltar. Primero para susto y asombro de alguna quien divisaba unas luces sin referencia alguna de a qué pudieran corresponder por su altura. Unos pasos más atrás, el perfil del peñasco nos hizo entender que no eran sino las antenas de comunicación que coronan su cima.
A la 5.00 de la mañana hay muy poco que hacer en casi todos los lugares pero al menos en la Línea hay playa que se convirtió en lugar de improvisada cabezada. Imagino, que hicimos como muchos otros de los migrantes.
               La playa se tornó en un privilegiado juego de luces y colores con el espectáculo del amanecer en el mar. El último rato nos sirvió para poder orar a Dios con las laudes, antes de que el sol se nos ofreciera definitivamente. Desayuno y acogida en el proyecto Contigo, de la familia vicenciana, del que os hablaré en próximas ocasiones.
               Ahora todo lo eclipsa la imagen del estrecho. Si frecuentas las rías gallegas, conocerás media docena de ellas que ofrecen más distancia entre sus márgenes. Incluso vienen a mi memoria algún que otro pantano que podría ofrecer una imagen análoga.
               La panorámica es verdaderamente bella, pero se hace especialmente hermosa por el significado simbólico que encierra.
               14 kms marcan la distancia entre la Europa de las oportunidades y el África de las dificultades. 14 kms separan las primeras economías del mundo de muchas de las que ocupan los últimos lugares. 14 kms quieren ser distancia suficiente para frenar los sueños de muchos: es verdaderamente imposible.
Desde el mirador la distancia se hace grotesca. Desde aquí África no se ve, se palpa. Hacia la izquierda pueden incluso contarse los edificios de Ceuta. Justo en línea recta se intuyen los barrios de Tanger. Entre ambos se pueden contar las viviendas en una de las laderas. A nuestra derecha una inmensa duna, la playa de Tarifa, que convendréis conmigo que mejor merece ser llamada la playa a la que arribaron René y Víctor.
               Desde el mirador impone la cercanía. África no es allí. Es indudablemente aquí. Su proximidad suscita una terrible paradoja en la que reside la verdadera belleza de esta imagen.
Las emociones hacen sentir que la otra orilla está aquí, al alcance, incluso sugiriendo tentativamente que se trate de algo sencillo se cruzar. En la reflexión de la noche todos reconocimos que pasó por nuestra mente una idea engañosa: no parece tan difícil de salvar.
               Sin embargo, la razón invita a sospechar que deben ser muchas las dificultades que no son posibles evaluar desde nuestra posición privilegiada. El mar parece en exceso tranquilo desde este punto. No estamos contando con la fuerza del viento y de las corrientes. Todos los amigos que hemos conocido nos han hablado del mar como algo peligroso…
               Contemplando el estrecho he recordado las discusiones con mis alumnos de moral: qué es la libertad sino la terrible paradoja y la dramática ocasión de evaluar los sueños a cumplir y los que son engaños para el protagonista.
               La imagen del estrecho pone palabra a mi biografía: un conjunto de momentos en los que hubo que evaluar el riesgo: La ocasión no está allí, está aquí. ¿Cómo dejarla pasar? ¿no es la mediocridad sino la constatación del envejecimiento de los sueños? ¿puede vivir una persona, una sociedad sin asumir riesgos?
               ¿Y si no los estamos evaluando bien? ¿y si la cercanía son los acordes de los cantos de sirena de las realidades que no queremos asumir?
               Desde el mirador se entiende que un africano cruce el estrecho. Incluso podría decirse que no hacerlo sería la peor de las cobardías si uno tiene familia a su cargo. Al otro lado, no allí, sino aquí, están las ocasiones de futuro para el estudio de unos hijos, para una casa más grande o un coche nuevo. O, aún peor, la ocasión de operar a la abuela, el tratamiento para salvar la vida de un amigo cercano. ¿Pero cómo no cruzar?
               Y, sin embargo, desde la distancia cómoda de un mirador, la experiencia asegura que no estamos evaluando convenientemente las dificultades. Hacerlo es la distancia entre la descarada juventud y la madurez.
               El equilibrio es inestable. Contemplando el mirador doy gracias a Dios por las ocasiones en las que evalué como posible salvar 14 kms de mares laborales, familiares o existenciales: constituyen el patrimonio de mis éxitos. Contemplando el mirador se clavan como espinas los recuerdos de las ocasiones en las que la valentía fue temeridad y la evaluación fue insuficiente con la carga de dolores sufridos y, aún peor, los provocados. Pero no dejo de dar gracias a Dios por ellos pues son parte de mis tesoros transformados en aprendizaje y sabiduría. Contemplando el mirador doy gracias por las ocasiones en las que la prudencia fue la herramienta privilegiada para asumir una incapacidad o un logro inviable. Así, no solo se evitó una catástrofe absurda, sino que fue posible sentir en la limitación a Dios.
               Pero contemplando el mirador, la peor denuncia es la de los mares que, en el fondo, quedaron sin ser evaluados porque el peor de los pecados, la cobardía, impidió contrastar si la evaluación realizada era o no realmente contrastada.
               Contemplo la otra orilla que no siento allí sino aquí. Me pregunto cómo se contemplará esta orilla desde la suya, cuando además sus ojos están cargados de sufrimiento y de ganas de vivir.

               Desde el Mirador del Estrecho puedo anticiparos un anuncio. No van a dejar de venir. Yo, también lo haría.

lunes, 8 de agosto de 2016

El camerunés llamado Vladimir

Tras la visita al CAR de Alcobendas, la segunda parada de nuestra peregrinación estaba aún más cerca de casa, en la "Misión enmanuel" que podréis reconocer a mano derecha cada vez que entréis en Tres Cantos por la entrada de la estación, si subís desde Madrid.

Se trata de un proyecto que aprovecha la cesión de una de las antiguas casas de control del Canal de Isabel II y que ha sido habilitada para la acogida de diez migrantes que pelean por la consecución de su sueño.

Nos reciben con alegría y cordialidad. Muchos nos conocemos de otros encuentros y abrazo a mi amigo Romeo, quien nos acompañó con su testimonio en el "via crucis sufriente" del viernes santo.

Me presentan a Nino, también de Duala, la capital económica de Camerún. Ya son cuatro de allí y casi reivindican la constitución de una casa regional. Algún día espero poder comprobar si responde a todas las alabanzas y bellas descripciones que realizan. Algo debe tener para que la recuerden con una sonrisa tan apasionada: "Si me quitas el corazón, verás que tiene escrito el nombre de Duala", sentencia Nino. Es especialmente jovial y animoso y su llegada convierte el encuentro, por momentos en un verdadero jolgorio.

Tras la pertinente visita a la sencillez y cálida vivienda, nos reunimos en una sala pintada de un bonito color verde suficientemente espaciosa para poder dialogar juntos.

Les explicamos que venimos para que nos orienten, que nos conduzcan, que nos guíen. Como haría un amigo francés en señalarnos los sitios que no podemos perdernos de París para comprender la ciudad, o uno belga para mostrarnos los rincones ineludibles para disfrutar de Brujas.

Musa nos da las gracias porque los días de nuestras vacaciones sean para conocer la realidad de los emigrantes "en lugar de estar en la playa o en la piscina".

Romeo nos habla de sus recuerdos en Nador y la comisaría de policía asentada sobre un antiguo túnel de la vía del tren: "La policía no iba a mirar justo debajo de ella, así que era el lugar más seguro para muchos compañeros, yo solo tuve dos meses en Marruecos, pero hay otros que estuvieron años".

A Nino le ha cambiado profundamente el semblante. Tanto, que por un momento me genera la preocupación de no haber acertado con la visita y del riesgo de poder importunarles con nuestra conversación o, incluso, de nuestro viaje como torpes visitantes a lugares de infausto recuerdo.

Pero sus palabras desactivan esta hipótesis para sumergirnos en un clima muy difícil de describir y más aún de trasladar en palabras. Quizá, en primer lugar, porque su narración requerirá muchos días de silencio y reflexión.

Habla de lo vivido con serenidad, pero con la expresión que invita al inmenso respeto, a la conciencia de que se está dando acceso a lo más íntimo de un corazón en el que no solo está escrito el nombre de Duala. Relata sin risas irónicas que trataran de ofrecer distancia a los traumas vividos, pero sin bloqueos o llantos que advirtieran de experiencias sin elaborar.

Su gesto, su tono, sus pausas, la búsqueda de sus palabras son orientaciones para poder acceder al santa santorum de la experiencia de los migrantes, más allá de lecturas mediáticas o titulares estériles.

Tardó un año en llegar desde su amada Duala hasta la costa. Allí le esperaban otros dos años antes de cumplir su sueño. Su primer intento fue en patera desde Tánger hasta Tarifa... La barca naufragó y fue el superviviente de seis ocupantes. "Allí perdí cinco compañeros" una frase tan terrible como preñada de ternura que utiliza en varias ocasiones.

El segundo intento fue por Nador. Nosotros cruzaremos la frontera con toda facilidad amparados por un a6 de cartulina que parece tener poderes mágicos bajo nomenclatura de pasaporte. A Nino le recibieron con un porrazo en la cabeza que, con la distancia, adquiere hasta cierta gracia y lo celebra con una risa de sabiduría. Nos enseña la foto en el móvil que acredita la brecha en la cabeza.

Allí debieron caer otros once compañeros. Intento ir haciendo un recuento pero Nino, con razón, reclama extender la lista para recoger a los que murieron en los meses de espera en Nador y el Gurugú. Las risas desaparecen para relatar cómo, mientras dormían, un desconocido mató a su amigo con un machete, quien descansaba a su lado. Y sus ojos se emocionan al recordar a otro, especialmente cercano, a quien vio morir mientras era quemado por la policía marroquí. Las fotos de su móvil ponen rostro a vidas truncadas.

Para entonces Nino ya era Vladimir, un sobrenombre, lo más grotesco y paradójico posible para impedir su identificación o una falsa acusación por coincidir en nombre con alguien buscado por la policía que justificara su detención y tortura.

Los peligros de Nador reorientaron su búsqueda hacia Ceuta, quizá algo más accesible. El tercer intento fue el menos benévolo de todos: su camiseta quedó enganchada en las concertinas, aforismo de cuchillas. Tratando de no cortarse se cayó y se rompió una pierna.

Solo el cuarto intento ofreció por fin el cumplimiento de un sueño. Lo acompaña con una hermosa foto que muestra Ceuta como fondo de un joven con los brazos en alto como gesto de agradecimiento a Dios por la suerte vivida.

Evita los dramatismos, rechaza los reconocimientos de valentía o posible heroísmo, simplemente está convencido de haber hecho lo que hubiéramos realizado cualquier de nosotros. Incluso equipara sus luchas con las que tenga que llevar a cabo cualquier otro joven en Europa. Pero me niego a la equiparación. Compartimos la capacidad de soñar, el derecho a pelear por nuestros deseos, pero la sociedad del bienestar ha desactivado en nuestras sociedades la rebeldía, la lucha incansable y tenaz a riesgo, si es necesario, de la propia vida.... en eso está por ver que estemos a su altura.

El diálogo va llegando a su fin... entreverado por las historias de René, quien si alcanzó las costas de Cádiz, como Víctor; o la de Musa quien recuerda con gratitud al carguero colombiano que mantuvo  a flote su cayuco camino de Canarias tras 1425 kms de recorrido aunque no sepa precisas los días allí vividos "porque con la angustia se pierde la noción del tiempo".

Les damos las gracias porque Tarifa ya no será una playa, sino el lugar donde René se arrodilló para dar gracias por la vida. La valla de Melilla nos mostrará el lugar donde Nino recibió su porrazo y le he prometido a Romeo buscar su nombre escrito en las rocas de las montañas del Gurugú por si su viaje no hubiera acabado de buena forma, como un macabro censo de vidas insultantes por su valentía.

Nino interrumpe las risas que anteceden a la comida: "Gracias por visitarnos, y por ir a estos sitios a entendernos. Enviadnos fotos. Y solo os pido una cosa: lo mejor que podéis hacer es rezar por todos los que quedaron en el Gurugú, en la valla y en el mar".

Mañana rezaremos por tus amigos, querido Niño, en el cementerio de las pateras de Tarifa. Y te enviaremos una foto como testimonio de que nos sumamos a tu memoria.

Nino se adorna con sus dotes cocineras y nos hace disfrutar de un sabroso pollo y un exquisito guiso de pimientos y gambas. Aprendió en Duala. Además, se debe comer bien allí.

Y antes de salir una anécdota tan nimia como sobrecogedora: Dani, el responsable del proyecto, me cuenta que llevó unos días a la playa a Nino, René y Víctor. Y que montaron en las patinetas. Pensaba que me iba a hablar de la conversión de la patineta en un fueraborda improvisado por su fuerza y experiencia. Lejos de eso. No quisieron alejarse dos metros de la orilla. Menos aún al ver cómo el agua entraba en la patineta como en los paseos que tú ya conoces. Se mezclaba el trauma por lo vivido en la patera y un detalle que habla de su admirable coraje, valentía y honor: no saben nadar.

Personalmente, he de reconoceros que no necesito ir a Melilla. La experiencia de esta mañana me sería suficiente para la oración de esta próxima semana.

Os pido que mañana os suméis a nuestra oración por los amigos de Vladimir, por fin Nino.

Apología del funcionario

En España, en general, los funcionarios no siempre gozan de buena fama. Seguro que en muchas ocasiones no sin falta de razón. Pero con mayor motivo para resaltar los otros muchísimos casos que son causa de admiración.

Nuestra primera parada en esta "peregrinación" a las "periferias existenciales" ha sido cerca de casa: en el Centro de Acogida de Refugiados (CAR) de Alcobendas. No fue demasiado difícil concertar la cita con su directora allá por el mes de abril. Hoy no nos pudo atender pero resalta aún más el funcionamiento de este centro y el tono de su equipo: sencillamente exquisito.

Nos atendió Isabel de cuyos apellidos no quiero acordarme por ser respetuoso con la discreción exhibida durante todo el rato que nos atendió. Con precisión y un discurso bien ajustado nos han ido ofreciendo todos los detalles de su trabajo, de sus inquietudes, de su planificación, de la estructura de sus procesos...

Para el minuto 45 uno ya sentía la gratitud por el tiempo dedicado y por la acogida y el reconocimiento de quien conoce su oficio y lo ejerce con pasión. Tengo que confesaros mi profunda admiración por quienes así lo viven, bien sea para venderte una tuerca, para picarte el billete en el tren o para una operación a vida o muerte. Hay personas que son profesionales, cuyo trabajo es identificación con la propia vida, que manejan los detalles de su tarea y las gestionan con holgura y hasta con elegancia.,,

Y en medio de estas reflexiones, la pregunta certera de Julia: "¿Qué piensa de quienes participan del prejuicio de que los emigrantes cruzan la valla para quitarnos el puesto de trabajo y aprovecharse de nuestros recursos?".

Isabel guarda un momento de silencio y ofrece una primera respuesta con agilidad: "Pues mira, me enfada mucho. Tengo que reconoceros que este tipo de ideas me tensionan muchísimo".

Entonces, su discurso se interrumpe. El silencio se impone y se ofrece como antesala de lágrimas en los ojos. Pide unas disculpas inmerecidas por haberse emocionado y trata de sobreponerse a la situación con palabras entrecortadas: "Estas personas han sufrido mucho para llegar hasta la frontera". "Los pobres siempre se quedan allí". "Solo llegan hasta aquí los que tienen alguna posibilidad económica más". "Buscan lo mismo que tú y que yo: una vida mejor". "Lo hacen a costa de mucho sufrimiento"...

Entonces, la intuición sobre el colgante de su cuello queda confirmada: se trata de una silueta de áfrica como único adorno y carta de presentación.

Las disculpas por su emoción no son aceptables, no por censurables sino por elogiosas. Las lágrimas dan crédito al proyecto, a la narración, a los datos, a las planificaciones y a las cifras ofrecidas.

Tras veinte años de trabajo en el centro, tras haber acompañado a decenas de personas, seguramente de haber contemplado todo tipo de historias, de logros y decepciones hay una profesional que se emociona con su trabajo, que lo narra desde el sentimiento cuya mayor credibilidad es la compasión.

Nos marchamos del centro con la gratitud por la acogida recibida, con la mente en marcha tratando de sintetizar todos los datos y explicaciones ofrecidas, con un nudo en el estómago por el abismo de experiencias que se abren y con un profundo orgullo por poder contribuir con los impuestos a trabajos de profesionales tan excepcionales como los que hoy hemos conocido.

Y, en la próxima, la historia del camerunés de nombre ruso.

Periferias existenciales

El corazón aún continúa las digestiones de las experiencias en Linares y Santiago de Aravalle: cuánta suerte tenemos.
Pero estamos de nuevo en marcha, como los titiriteros.
Hace varios años los jóvenes comenzaron a reclamar una experiencia en la que ellos no fueran los creadores, cuidadores, gestores y ejecutores. Algo que fuera para ellos un regalo. Y lo merecen.
Ya sabéis que procuramos tener sonrisas para todas las edades y eso condiciona el horizonte de la actividad. Sin duda, debía tener un corte marcadamente espiritual que favoreciera la contemplación y la meditación.
Aunque se trataba del tercer proyecto veraniego, tenía sentido y, si tiene sentido, y hay fuerzas humanas para ejecutarlo es que es de Dios.
La espiritualidad parece estar asociada a los kms. Hace dos años para darle su última experiencia épica a la furgoneta, camino de Taizé. El año pasado en el recorrido del Camino de Santiago por la ruta inglesa y este año, en busca de las periferias existenciales.
La expresión no es mía, sino del papa Francisco: “Evangelizar supone en la Iglesia la parresía de salir de sí misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria”.
Pues a eso vamos y esto es lo que queremos compartir contigo. Vamos camino de La Línea de la Concepción a conocer la orilla a la que llegan los emigrantes, después de un día intenso de encuentros con entidades que trabajan con migrantes y refugiados en Madrid.
Mañana vamos a meditar en las playas que ellos sueñan, a orar en las fosas comunes donde descansan quienes no lo lograron, a cruzar el mar que ellos recorren camino de Melilla, a orar ante la valla en la que muchos estrellaron sus luchas y visitaremos Nador para entender el contexto del que proceden.
Cada día un texto de estudio, un rato de retiro personal y encuentros con personas, entidades y proyectos que trabajan a su lado.
Tengo que reconoceros que es un viaje deseado, inquietante, y paradójico. Vamos con muchas ganas de entender, de aprender, de sentir a Dios y con una sensación extraña de saber que caminaremos por espacios de sufrimiento, dolor y muerte que luego abandonaremos por ser poseedores de un pasaporte. Por eso lo haremos descalzos, el signo bíblico de estar en espacio sagrado.
Vienen los que ya conocéis, los héroes de Linares y Santiago. Los que lograron la experiencia de la que siguen hablando jóvenes, chavales y sus familias.
Por eso me atrevo a pediros vuestra oración por ellos. Merecen ser regalados, sentir la presencia del Dios que reconforta. Ojalá esta experiencia sea el mínimo precio que merecen por todo lo que nos han ofrecido.