lunes, 8 de agosto de 2016

El camerunés llamado Vladimir

Tras la visita al CAR de Alcobendas, la segunda parada de nuestra peregrinación estaba aún más cerca de casa, en la "Misión enmanuel" que podréis reconocer a mano derecha cada vez que entréis en Tres Cantos por la entrada de la estación, si subís desde Madrid.

Se trata de un proyecto que aprovecha la cesión de una de las antiguas casas de control del Canal de Isabel II y que ha sido habilitada para la acogida de diez migrantes que pelean por la consecución de su sueño.

Nos reciben con alegría y cordialidad. Muchos nos conocemos de otros encuentros y abrazo a mi amigo Romeo, quien nos acompañó con su testimonio en el "via crucis sufriente" del viernes santo.

Me presentan a Nino, también de Duala, la capital económica de Camerún. Ya son cuatro de allí y casi reivindican la constitución de una casa regional. Algún día espero poder comprobar si responde a todas las alabanzas y bellas descripciones que realizan. Algo debe tener para que la recuerden con una sonrisa tan apasionada: "Si me quitas el corazón, verás que tiene escrito el nombre de Duala", sentencia Nino. Es especialmente jovial y animoso y su llegada convierte el encuentro, por momentos en un verdadero jolgorio.

Tras la pertinente visita a la sencillez y cálida vivienda, nos reunimos en una sala pintada de un bonito color verde suficientemente espaciosa para poder dialogar juntos.

Les explicamos que venimos para que nos orienten, que nos conduzcan, que nos guíen. Como haría un amigo francés en señalarnos los sitios que no podemos perdernos de París para comprender la ciudad, o uno belga para mostrarnos los rincones ineludibles para disfrutar de Brujas.

Musa nos da las gracias porque los días de nuestras vacaciones sean para conocer la realidad de los emigrantes "en lugar de estar en la playa o en la piscina".

Romeo nos habla de sus recuerdos en Nador y la comisaría de policía asentada sobre un antiguo túnel de la vía del tren: "La policía no iba a mirar justo debajo de ella, así que era el lugar más seguro para muchos compañeros, yo solo tuve dos meses en Marruecos, pero hay otros que estuvieron años".

A Nino le ha cambiado profundamente el semblante. Tanto, que por un momento me genera la preocupación de no haber acertado con la visita y del riesgo de poder importunarles con nuestra conversación o, incluso, de nuestro viaje como torpes visitantes a lugares de infausto recuerdo.

Pero sus palabras desactivan esta hipótesis para sumergirnos en un clima muy difícil de describir y más aún de trasladar en palabras. Quizá, en primer lugar, porque su narración requerirá muchos días de silencio y reflexión.

Habla de lo vivido con serenidad, pero con la expresión que invita al inmenso respeto, a la conciencia de que se está dando acceso a lo más íntimo de un corazón en el que no solo está escrito el nombre de Duala. Relata sin risas irónicas que trataran de ofrecer distancia a los traumas vividos, pero sin bloqueos o llantos que advirtieran de experiencias sin elaborar.

Su gesto, su tono, sus pausas, la búsqueda de sus palabras son orientaciones para poder acceder al santa santorum de la experiencia de los migrantes, más allá de lecturas mediáticas o titulares estériles.

Tardó un año en llegar desde su amada Duala hasta la costa. Allí le esperaban otros dos años antes de cumplir su sueño. Su primer intento fue en patera desde Tánger hasta Tarifa... La barca naufragó y fue el superviviente de seis ocupantes. "Allí perdí cinco compañeros" una frase tan terrible como preñada de ternura que utiliza en varias ocasiones.

El segundo intento fue por Nador. Nosotros cruzaremos la frontera con toda facilidad amparados por un a6 de cartulina que parece tener poderes mágicos bajo nomenclatura de pasaporte. A Nino le recibieron con un porrazo en la cabeza que, con la distancia, adquiere hasta cierta gracia y lo celebra con una risa de sabiduría. Nos enseña la foto en el móvil que acredita la brecha en la cabeza.

Allí debieron caer otros once compañeros. Intento ir haciendo un recuento pero Nino, con razón, reclama extender la lista para recoger a los que murieron en los meses de espera en Nador y el Gurugú. Las risas desaparecen para relatar cómo, mientras dormían, un desconocido mató a su amigo con un machete, quien descansaba a su lado. Y sus ojos se emocionan al recordar a otro, especialmente cercano, a quien vio morir mientras era quemado por la policía marroquí. Las fotos de su móvil ponen rostro a vidas truncadas.

Para entonces Nino ya era Vladimir, un sobrenombre, lo más grotesco y paradójico posible para impedir su identificación o una falsa acusación por coincidir en nombre con alguien buscado por la policía que justificara su detención y tortura.

Los peligros de Nador reorientaron su búsqueda hacia Ceuta, quizá algo más accesible. El tercer intento fue el menos benévolo de todos: su camiseta quedó enganchada en las concertinas, aforismo de cuchillas. Tratando de no cortarse se cayó y se rompió una pierna.

Solo el cuarto intento ofreció por fin el cumplimiento de un sueño. Lo acompaña con una hermosa foto que muestra Ceuta como fondo de un joven con los brazos en alto como gesto de agradecimiento a Dios por la suerte vivida.

Evita los dramatismos, rechaza los reconocimientos de valentía o posible heroísmo, simplemente está convencido de haber hecho lo que hubiéramos realizado cualquier de nosotros. Incluso equipara sus luchas con las que tenga que llevar a cabo cualquier otro joven en Europa. Pero me niego a la equiparación. Compartimos la capacidad de soñar, el derecho a pelear por nuestros deseos, pero la sociedad del bienestar ha desactivado en nuestras sociedades la rebeldía, la lucha incansable y tenaz a riesgo, si es necesario, de la propia vida.... en eso está por ver que estemos a su altura.

El diálogo va llegando a su fin... entreverado por las historias de René, quien si alcanzó las costas de Cádiz, como Víctor; o la de Musa quien recuerda con gratitud al carguero colombiano que mantuvo  a flote su cayuco camino de Canarias tras 1425 kms de recorrido aunque no sepa precisas los días allí vividos "porque con la angustia se pierde la noción del tiempo".

Les damos las gracias porque Tarifa ya no será una playa, sino el lugar donde René se arrodilló para dar gracias por la vida. La valla de Melilla nos mostrará el lugar donde Nino recibió su porrazo y le he prometido a Romeo buscar su nombre escrito en las rocas de las montañas del Gurugú por si su viaje no hubiera acabado de buena forma, como un macabro censo de vidas insultantes por su valentía.

Nino interrumpe las risas que anteceden a la comida: "Gracias por visitarnos, y por ir a estos sitios a entendernos. Enviadnos fotos. Y solo os pido una cosa: lo mejor que podéis hacer es rezar por todos los que quedaron en el Gurugú, en la valla y en el mar".

Mañana rezaremos por tus amigos, querido Niño, en el cementerio de las pateras de Tarifa. Y te enviaremos una foto como testimonio de que nos sumamos a tu memoria.

Nino se adorna con sus dotes cocineras y nos hace disfrutar de un sabroso pollo y un exquisito guiso de pimientos y gambas. Aprendió en Duala. Además, se debe comer bien allí.

Y antes de salir una anécdota tan nimia como sobrecogedora: Dani, el responsable del proyecto, me cuenta que llevó unos días a la playa a Nino, René y Víctor. Y que montaron en las patinetas. Pensaba que me iba a hablar de la conversión de la patineta en un fueraborda improvisado por su fuerza y experiencia. Lejos de eso. No quisieron alejarse dos metros de la orilla. Menos aún al ver cómo el agua entraba en la patineta como en los paseos que tú ya conoces. Se mezclaba el trauma por lo vivido en la patera y un detalle que habla de su admirable coraje, valentía y honor: no saben nadar.

Personalmente, he de reconoceros que no necesito ir a Melilla. La experiencia de esta mañana me sería suficiente para la oración de esta próxima semana.

Os pido que mañana os suméis a nuestra oración por los amigos de Vladimir, por fin Nino.

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