Desde la popa del Ferry se toma conciencia de la inmensidad
y de la pequeñez. Llevamos más de 5 horas sin divisar otra cosa que horizontes
con una panorámica que escapa de la monotonía por la inmensa gama de
tonalidades del mar y por el maravilloso juego de luces entre el sol y las
nubes.
A nuestro paso vamos generando un rastro que parece por
momentos una inmensa alfombra de colores turquesas verdaderamente evocadora.
Un regalo de viaje que estamos disfrutando como niños que se
estrenan ante lo desconocido: la rampa de embarque, el garaje para los
vehículos, la elegancia de los salones, la cantidad de espacios y diversiones
posibles, una piscina y un solárium para amenizar las horas si por un rato uno
necesita recuperarse de la borrachera de belleza en cubierta. Una verdadera
experiencia de disfrute.
En las conversaciones espontáneas,
coincidimos en dos paradojas: tratando acercarnos a la experiencia de los
migrantes, lejos de ir en patera hemos acabado en un crucero de verdadero lujo.
Pero, a la luz de las palabras de nuestros amigos migrantes, es imposible que
el mar no despierte la imaginación tratando de intuir la experiencia en una
patera. 5 horas a velocidad de crucero sin ver nada, horizontes, mar, agua y
nada… 6 horas para cruzar un mar que, efectivamente, no era tan benévolo como
ayer podríamos querer percibir.
Hay otra diferencia entre nuestro
pasaje y el de un migrante en la patera. El nuestro ha costado 35 euros. El
puesto de una patera no vale menos de 50 euros. Si uno quiere salirse de la
gama de lanchas de goma no será por menos de 100. Si aspira a algo más cercano
a lo que, en condiciones normales llamaríamos barquita, nos vamos a los 600.
Con todo, las barcas que este Ferry porta, para un eventual salvamento, reúnen mejores
condiciones que el catálogo descrito.
85,60 mm x 53,98mm 9x5 cms. Son
las dimensiones de una tarjeta con poderes mágicos. La tenemos guardada en la
cartera durante la mayor parte del año sin hacer uso de ella. Por supuesto, sin
reparar en la suerte de contar con ella.
Lo hacemos llamar DNI y es el
único requisito para poder subir a este lujo de barco. Nos la han pedido para
embarcar y solo con mostrarla se han abierto todas estas posibilidades a 35
euros. No nos han preguntado si hemos ido a votar o no, como mínimo ejercicio
de responsabilidad con el país al que pertenecemos. No nos han preguntado si
evadimos impuestos o cumplimos con las obligaciones fiscales. No nos han
preguntado si hacemos voluntariado o participamos en actividades para el bien
social, o simplemente adoptamos una posición de ciudadanía pasiva y
parasitaria. No nos han preguntado qué estaríamos dispuestos a hacer por
nuestra familia y si seríamos capaces de arriesgar lo que fuera por cruzar los
mares que conducen a mejores oportunidades. No nos han preguntado si vivimos
preocupados por las urgencias y dolores de otros o si simplemente estamos
condenados en nuestro propio egoísmo.
Simplemente somos portadores de la
tarjeta mágica de 9x5. Y esa suerte, que no hemos escogido, marca la distancia
entre la tumbona en el solárium del Ferry, y el remo en la barca hinchable que
es el grotesco ataúd para tantas personas.
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