martes, 16 de agosto de 2016

El Encinar de La Línea de la Concepción.

El capítulo 18 del libro del Génesis recoge un trascendental pasaje al que casi nunca se le ofrece la relevancia necesaria.
Abraham y Sara ya han recibido la promesa de una gran descendencia, pero aún no se ha ejecutado. El autor del relato presupone que queda una "última prueba". Esta llega sin previo aviso. Abraham descansa en la puerta de la tienda. El autor señala que a la hora de mayor calor para reforzar la situación de dificultad de tres exóticos personajes que se dirigen por un camino que, por el contexto del relato, debería acabar conduciendo hacia Sodoma: el icono de todos los valores contrarios al judío.
En la tensión entre el significado de Sodoma y el del calor, el corazón de Abraham se inclina hacia el segundo y ofrece una cálida acogida a los tres caminantes. El texto quiere, así, generar un interrogante por las motivaciones de Abraham. Su condición como peregrino, sabedor de las inclemencias del camino y sus exigencias genera un lenguaje común por encima de identificaciones étnicas o nacionales.
La acogida se torna fiesta. Abraham sacrifica un ternero cebado y prepara la mesa. En el transcurso de la cena los tres viandantes se convierten en mensajeros de Dios: Isaac nacerá, la acogida era la última exigencia para que la bendición de Dios se desatara definitivamente. Así, en Mambré, el encinar es el espacio en el que la voluntad de Dios puede cumplirse con la colaboración humana unidas en el proyecto más bonito que puede ser vivido.
Desde entonces han crecido muchos encinares, no solo ya en Mambré. No tantos como los que son necesarios pero aseguran que la voluntad de Dios puede cumplirse por la disposición del espíritu y de las actitudes de quienes los regentan.
Cada parroquia debería ser un encinar, pero hay aún algunos eriales y no en todas hay suficiente sombra, pero en ello estamos. Y en movimientos, casas, comunidades religiosas, van brotando las encinas donde cobijarse y disfrutar.
En nuestra peregrinación hemos recorrido muchos encinares. En La Línea de la Concepción, uno especialmente sobrecogedor. JMV es una asociación laical juvenil que procura la formación de sus socios en el carisma de Vicente de Paúl y Luisa de Marillac, que busca encontrar a Dios en la experiencia de la lucha contra la pobreza.
Y lo cumplen. Allí pudimos conocer la escuela de verano en la que acogen a más de 80 niños del barrio de la Atunara que ya es menos deprimido, en parte, por su gran esfuerzo en estos últimos quince años.
Por la tarde pudimos conocer el proyecto "Cerca del Hogar" que hace del encinar un hogar para los menores que cruzan el estrecho en patera. Allí pudimos conocer los doce intentos de Mohammed y las historias de Nordin y Mohammed que requieren su espacio propio.
El proyecto y el trabajo realizado es deslumbrante pero es más comprensible pasando un día con ellos que con la mera visita.
Nos recibe Virginia, que años atrás fue parte de esta comunidad y que estos días estaba de paso. Como la casa es común, se siente autorizada para conducirnos hacia donde nuestro alojamiento. Bastaron unas llamadas de teléfono para encontrar su aprobación en las fechas previas a la actividad y, en nuestra preocupación por molestar lo menos posible creamos los únicos y enternecedores desajustes: el primero, encontrarnos unas salas con unas cómodas literas cuando habíamos pedido una sala para sacos y esterillas. Despertaron un espontáneo grito de júbilo en los peregrinos quienes, tras una noche en autobús, estaban mejor capacitados para valorar el lujo de un colchón.
El segundo, tener que desayunar por segunda vez. Nosotros veníamos con un café y magdalena en el primer bar abierto. Ellos lo tenían preparado como exigencia de su vocación hospitalaria.
La cercanía, el cariño, los gestos de naturalidad, la implicación de todos los participantes en el proyecto, su interés y preocupación se convierten en denuncia. En un encinar hay muchas cosas que hacer y que son necesarias. Y es posible que, con la mejor intención, el encinar deje de serlo por querer conservarlo y dejar pasar a los viandantes cercanos.
Nuestros chicos se suman a la zumba de los acampados y a los talleres de trabajo organizados. Luego nos marchamos a Tarifa.
A nuestro regreso se percibe animación y mucho ruido de cacharros en la cocina. Me extraña dado que los acampados marchan tras la comida y, entonces, de nuevo la idea del encinar me hace alcanzar una intuición.
Queda corroborada al ver que Fatiha, una de las cocineras, dirige las maniobras que conduzcan hacia un típico cous cous marroquí. Me produce hasta cierto sonrojo. Están preparando una cena especial, porque sí, porque hemos venido a visitarlos, por poder estar juntos, en un exceso de generosidad que no puede dar con otro sentido sino el de ofrecer la misma acogida que Dios querría. Se han acercado muchos de los migrantes que vivieron aquí su primera etapa de acogida y que años después siguen sintiéndola como su hogar, acreditando la legitimidad del nombre del proyecto.
Compartimos un diálogo de experiencias, compartimos la mesa y compartimos alegría y amistades recién estrenadas.
Por la mañana, como ya me esperaba, rechazaron cualquier tipo de compensación económica, ni siquiera bajo razón de bienes compartidos: sería devaluar el significado de un encinar.
Aún el día siguiente, camino de Melilla, llamadas para interesarse por la marcha de todo.
Nos vamos impresionados por la transformación social que un centro puede llegar a provocar en una barriada con proyectos certeros, tiernos y exigentes. Nos vamos sobrecogidos por conocer la casa de tantos emigrantes que han logrado encontrar el impulso y el calor que necesitaban para encontrar su trabajo, emprender su negocio y saber que allí siempre serán llamados por su nombre. Nos vamos conscientes de que hemos contemplado a Dios en este encinar y sus habitantes.
Nos llevamos el reto y la obligación espiritual de hacer crecer nuestro encinar en Tres Cantos.


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