lunes, 8 de agosto de 2016

Apología del funcionario

En España, en general, los funcionarios no siempre gozan de buena fama. Seguro que en muchas ocasiones no sin falta de razón. Pero con mayor motivo para resaltar los otros muchísimos casos que son causa de admiración.

Nuestra primera parada en esta "peregrinación" a las "periferias existenciales" ha sido cerca de casa: en el Centro de Acogida de Refugiados (CAR) de Alcobendas. No fue demasiado difícil concertar la cita con su directora allá por el mes de abril. Hoy no nos pudo atender pero resalta aún más el funcionamiento de este centro y el tono de su equipo: sencillamente exquisito.

Nos atendió Isabel de cuyos apellidos no quiero acordarme por ser respetuoso con la discreción exhibida durante todo el rato que nos atendió. Con precisión y un discurso bien ajustado nos han ido ofreciendo todos los detalles de su trabajo, de sus inquietudes, de su planificación, de la estructura de sus procesos...

Para el minuto 45 uno ya sentía la gratitud por el tiempo dedicado y por la acogida y el reconocimiento de quien conoce su oficio y lo ejerce con pasión. Tengo que confesaros mi profunda admiración por quienes así lo viven, bien sea para venderte una tuerca, para picarte el billete en el tren o para una operación a vida o muerte. Hay personas que son profesionales, cuyo trabajo es identificación con la propia vida, que manejan los detalles de su tarea y las gestionan con holgura y hasta con elegancia.,,

Y en medio de estas reflexiones, la pregunta certera de Julia: "¿Qué piensa de quienes participan del prejuicio de que los emigrantes cruzan la valla para quitarnos el puesto de trabajo y aprovecharse de nuestros recursos?".

Isabel guarda un momento de silencio y ofrece una primera respuesta con agilidad: "Pues mira, me enfada mucho. Tengo que reconoceros que este tipo de ideas me tensionan muchísimo".

Entonces, su discurso se interrumpe. El silencio se impone y se ofrece como antesala de lágrimas en los ojos. Pide unas disculpas inmerecidas por haberse emocionado y trata de sobreponerse a la situación con palabras entrecortadas: "Estas personas han sufrido mucho para llegar hasta la frontera". "Los pobres siempre se quedan allí". "Solo llegan hasta aquí los que tienen alguna posibilidad económica más". "Buscan lo mismo que tú y que yo: una vida mejor". "Lo hacen a costa de mucho sufrimiento"...

Entonces, la intuición sobre el colgante de su cuello queda confirmada: se trata de una silueta de áfrica como único adorno y carta de presentación.

Las disculpas por su emoción no son aceptables, no por censurables sino por elogiosas. Las lágrimas dan crédito al proyecto, a la narración, a los datos, a las planificaciones y a las cifras ofrecidas.

Tras veinte años de trabajo en el centro, tras haber acompañado a decenas de personas, seguramente de haber contemplado todo tipo de historias, de logros y decepciones hay una profesional que se emociona con su trabajo, que lo narra desde el sentimiento cuya mayor credibilidad es la compasión.

Nos marchamos del centro con la gratitud por la acogida recibida, con la mente en marcha tratando de sintetizar todos los datos y explicaciones ofrecidas, con un nudo en el estómago por el abismo de experiencias que se abren y con un profundo orgullo por poder contribuir con los impuestos a trabajos de profesionales tan excepcionales como los que hoy hemos conocido.

Y, en la próxima, la historia del camerunés de nombre ruso.

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